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Flavia Consoli
Universidad del Salvador


sábado, 10 de diciembre de 2011

Corresponsal de guerra

Ezcurra, un periodista aniquilado por conocer y comunicar

Hace 32 años moría asesinado un periodista argentino, enviado por La Nación a cubrir la guerra de Vietnam.


Ezcurra en Vietnam 1968

Curiosidad, intriga por la vida y sus misterios, por las vidas de los demás, de personas tan distintas y distantes como los lugares en los que crecen y viven, todo es fascinante, digno de ser conocido y contado. Esto es esencial para un periodista, y al leer las crónicas y comentarios de amigos de Ignacio Ezcurra se puede bien ver en el reflejado dicha visión, filosofía de vida. “Se lo reconoce como un espléndido arquetipo moral: el del periodista dispuesto a ejercer su labor profesional hasta las últimas consecuencias, sin medir riesgos, y con el corazón henchido de coraje, intrepidez y amor a la vida”. (Bartolomé de Vedia, Jefe de Editores de La Nación).

A la temprana edad de 18 años tiene su primer contacto con su profesional entrar en el diario La Nación en la sección de avisos clasificados. Un año mas tarde viaja en motoneta a Brasil y Perú, recorre varios países latinoamericanos para finalmente llegar, luego de ocho meses, a Estados Unidos. Al regresar a Argentina visita más de 60 ciudades del interior. Luego de un par de años, viaja a Medio Oriente y luego a Vietnam, en donde la muerte lo sorprende en una de sus investigaciones.
Estas andanzas y aventuras van enriqueciendo su alma y vocación. De todos estos lugares recoge datos, habla con diversos personajes, algunos tan renombrados e influyentes como Robert Kennedy y Martin Luther King. Muchas de sus vivencias nos llegan en forma de crónicas, claras narraciones que permiten viajar y ver los lugares y gentes retratadas. “Su prosa resultaba el espejo de su personalidad: ingeniosa, inesperada, directa, ignorante del aliño, con una elegancia natural que derivaba de su señorío espontáneo y simple(…) periodista de raza, pero escritor también”. (Manuel Mujica Laines)


“Un sentimiento más total. El hambre de aventuras, de otra gente, la magia de playas nuevas y el escapar a la rutina” (Ignacio Ezcurra).


Fiel a la meta periodística de informar, Ezcurra muestra a sus lectores de una forma objetiva las situaciones, estados de ánimo y características de tal o cual lugar, igual que él uno puede “olfatear la atmósfera”. De ejemplo nos sirve su informe del Poder Negro, en el cual nos topamos con varios puntos de vista, moldeados por la situación y contextos de sus protagonistas acerca de dicho movimiento racial. Nos transmite lo que opina y siente la gente y a partir de ello uno se puede forjar una imagen de la realidad y sacar sus propias conclusiones.
“En 15 días recorrí los peores ghettos de los Estados Unidos, desde Nueva York y Washington hasta Detroit: había entrevistado a los dirigentes más importantes del movimiento negro (…) a políticos blancos (…) a cientos de norteamericanos negros y blancos” (Ignacio Ezcurra).

Otra cualidad innata de Ignacio Ezcurra era la de entretener a los lectores, de contarles historias de vida tan dispares e insólitas que despiertan la imaginación y ensoñación de cualquier persona que tiene un mínimo de curiosidad por lo diferente, por lo que escapa a la cotidianidad. Ejemplo de tales historias son: el cura que conoció en Bolivia quien pintaba aviones en cuadros religiosos” (…) para ponerlos en época. Hay que enseñar a la gente que se viven nuevos tiempos”, un pastor peruano que años atrás había encontrado con su hermano una boca de mina de oro y plata y que echaron a la suerte cuál de los dos utilizaría la plata para educarse; el método de preparación de la comida típica de los indios jíbaros, los reductores de cabeza, un ganadero mejicano que estando ebrio y blandiendo un revolver juraba que sería el justiciero del asesinato de su hermano, la caza de “furtivos” en el Parque Nacional Iguazú, en el extremo norte de Misiones, Argentina. “Un sentimiento más total. El hambre de aventuras, de otra gente, la magia de playas nuevas y el escapar a la rutina”. (Ignacio Ezcurra).

“Me he encontrado con un muchacho triste y amable a quien vi hace unos años en Buenos Aires. Se llama Ignacio Ezcurra, y está aquí por La Nación”. Nos cuenta Oriana Falaci en el libro Nada y Así Sea. Este encuentro aconteció en Vietnam. A ese país en guerra y desgarrado había pedido e insistido en ir Ezcurra a la redacción del diario. Desde Saigón, por televisión, en La Voz de América, el 7 de Mayo de 1968, el periodista argentino reflexionó: “También entiendo que todos los que estamos aquí sentimos que estamos corriendo ese riesgo. Y ese es un precio que tenemos que pagar por estar cubriendo la historia más grande y tal vez más triste de este momento”. Y el precio por contar la terrible existencia de todos los involucrados en esa guerra sin sentido, como lo son todos los conflictos, de los vietnamitas, de los rusos, de los estadounidenses, que diciéndose enemigos olvidan que son todos hombres, que sienten, sufren y aman de la misma forma, fue con su vida. Una vida cegada a loa 28 años. Una vida que se afanó por comprender y acaparar todo lo que pudo en su breve pero intensa existencia. Un amigo, un padre, un periodista, un escritor, un ser humano que luchó porque conozcamos la verdad, para poder tomar decisiones instruidas y así ser libres.

“Estamos preocupados por Ignacio Ezcurra. Ayer por la mañana se fue en busca de noticias(…) en Cholon (…) se apeó del coche, echó a andar y por la tarde aún no había regresado (…)”.

“Y ha facilitado a la policía los datos para que lo busque entre los cadáveres recuperados. Veintiocho años, alto, enjuto. Cabellos castaño oscuros, ondulados, escasos en las sienes. Cara flaca, hundida. Nariz grande, cejas espesas, pantalones grises sujetos por un cinturón claro. Calzaba zapatos”. (Oriana Fallaci, Nada y Así Sea). Ese era Ezcurra, reconocido en una fotografía tomada por un periodista independiente japonés, que confirmó la muerte del gran periodista argentino.

“Tenía por encima de todo, una concepción heroica de la vida. Y fue fiel, en todos sus actos, a esa suprema virtud.” (Bartolomé de Vedia, Jefe de editoras de La Nación).

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El texto que sigue es un fragmento de la entrevista con Delfina Caprile de Ezcurra, la madre de Ignacio, que realizó el periodista argentino Nicolás Doljanin y fie publicada en la revista Raíces de El Salvador, en septiembre de 2006, bajo el título “Restos mortales de la Nación”:

“(…) La verdad en cuanto a la muerte de mi hijo, no la supe desde siempre; lo intuí, tuve miedo y aunque pueda estar alterando el origen de cómo me informé sobre estas cosas, ustedes antes se preguntarán, seguramente, qué ha sido lo decisivo para mí en esta cuestión. Y lo que decidió todo, ha sido una experiencia personal. Es decir, sin ningún valor periodístico, ni entonces, ni ahora”.

“Ya hacía siete años exactamente que lo habían matado a Ignacio y siempre existía algo y alguien que me sugería que no podía ser, que el Vietcong no había sido; tenía claro, además, que Ignacio había partido hacia su misión sabiendo que algo arriesgaba y era el hecho de que se enojaran los americanos. De los vietnamitas, ellos, los periodistas, no tenían miedo…”

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